martes, 22 de abril de 2008

La odisea en una noche de insomnio

Son pequeñeces las que de repente nos provocan un disturbio, un caos. Nos maltratan, cuando no nos podemos dormir, cuando esta oscuro, y nuestros mas profundos temores se escapan hasta que se atorarace y se acumularce en el techo de nuestra habitación.
Son aquellos dolores de cabeza producidos por mentiras de las que no podemos escapar una vez que nos acechan y nos generan… el insomnio.
Así con los ojos a medio abrir, con una desesperación descontrolada, yacemos como muertos esperando un final que nunca llega, que se demora, que es eterno. La oscuridad se transforma en un océano sin horizonte, donde no importa como ni cuanto rememos, jamás arribaremos a alguna orilla. Los faros son la esperanza que nunca perderemos, pero aquí no existen, en este mundo solo son ilusiones, una imaginaria salida que nos mantiene en una lucha que sabemos que vamos a perder y que nos va torturar lenta pero efectivamente hasta que nos enrosquemos en las sabanas, como si tuviéramos una fuerte contracción abdominal.
Y ahí seguimos, tirados como un despojo el cual no responde, solo llora. Nos pedimos perdón, juramos promesas, toda nuestra valentía se ve arrollada en ese instante y nos arrodillamos ante la merced de esa calamitosa experiencia. Que triste final, el dolor nos duerme despacio, como la anestesia que un cirujano emplearía para una operación, con una diferencia, ya nos operaron. Lo que no significa que estemos curados.
Es una escena repetida, las preguntas ahogan nuestra razón, las salidas son escondidas en la oscuridad, estamos desnudos ante un abismo de dudas, de errores, se nos acaba la paciencia. El frió nos paraliza, pero sabemos que no es por falta de abrigo, este viene desde adentro, desde el centro de nuestra espina dorsal. Nos llena de escalofríos y nos deja sin respiración. Suspiramos, tratamos de salir, pero es como aquel que se esta ahogando y sabe que va a morir, el esfuerzo es inútil.
Entonces empieza a amanecer, la luz nos indica que comienza el día, el intervalo entre las noches. Tan cansados, tanta rutina, tanta información, no nos deja pensar. Nos da la tregua necesaria para resistir hasta la noche siguiente. Entonces nos levantamos.
Siempre hay un lugar en nuestra mente durante toda la jornada, que esta alerta, expectante, pendiente y temerosa de que llegue la noche y comience de nuevo la odisea. Odisea de dolor y angustia.